Emprendo la lectura del pedagogo marxista polaco Suchodolski,
concretamente de su libro Fundamentos de pedagogía socialista. El libro
fue publicado en 1967, cuando la URSS estaba en su apogeo todavía, y el texto
se dirige a una revolución a un tiempo triunfante y aún por hacer. Me resulta
imposible, como es obvio, separar mi lectura del sonoro fracaso de aquel
proyecto del socialismo real en el bloque del Este, que me pone sobre aviso
acerca de puntos débiles en el marxismo o quizás en una versión concreta del
mismo tal como se llevó a cabo en los antiguos países del Este de Europa. Pero
de la misma manera, sé que el supuestamente triunfante mundo capitalista y
neoliberal también falla, y mucho. Se le pueden achacar críticas que ya
esgrimían los autores marxistas de entonces y que no pierden vigencia. Parte de
estas críticas al capitalismo creo que pueden suscribirse perfectamente hoy, a
pesar de todo, lo cual nos invita a repensar abierta y críticamente el marxismo
sin efectuar una enmienda a la totalidad del mismo. En este sentido Suchodolski
es sugerente, ya que como educador y pedagogo no descarta planteamientos
atrevidamente culturalistas que sin embargo sabe conectar con el principio de
la configuración de la conciencia a partir de las relaciones sociales de
producción y la alienación de los hombres.
Comienza reconociendo un desfase entre los logros políticos por un
lado y la organización del sistema educativo por otro, pues éste es herencia de
la denominada por él “pedagogía burguesa”. Así, su visión de lo logrado en la
Polonia comunista implica que hay futuro por hacer y que, en consecuencia con
el socialismo, lo propio del hombre es estar en transformación constante. Una
transformación que lo sitúa como agente activo de sí mismo, y no como un mero
producto de procesos históricos. Dice: “El rasgo más característico de la
teoría socialista del hombre radica precisamente en la convicción de que el ser
humano, aunque se halla condicionado por la naturaleza y la historia, siempre
logra superar la realidad presente y su esfuerzo social crea una realidad
nueva, con lo cual logra transformarse a sí mismo” (p. 10). Así, la educación
no lo es sólo para el presente sino que siempre ha de incorporar un elemento de
futuro que él denomina, como Bloch, “esperanza”. Es decir, un elemento de no
resignación ante lo dado. No he percibido en lo que llevo leído por ahora que
este planteamiento le acerque a Benjamin (cosa bastante lógica), para el cual
esa negatividad siempre presente en la historia (incluida en la triunfante
sociedad socialista) es recordada por la teología (el enano jorobado de la
primera tesis sobre el concepto de historia). La teología recoge lo inevitable
no logrado que siempre permanece en la inmanencia y por tanto recoge una
aspiración que hay que situar, hipotéticamente, en la trascendencia, en el más
allá de la historia. A pesar de todos los triunfos y revoluciones, siempre
quedará la triste memoria del pasado, lo que el teólogo Metz denomina memoria passionis. Precisamente
creo que es en el asunto de la inevitabilidad de la religión donde más habría
que corregir en relación con el marxismo. Hay cuestiones que podemos considerar
“existenciales” que no resuelve una corrección inmanente de las condiciones de
existencia, contra lo que el polaco parece pensar (achaca al existencialismo,
que precisamente evidencia esto, un pathos típicamente burgués). Siempre hay un
plus, llámese esperanza o futuro, que por definición tiene que ser situado
fuera de la historia y que convierte a la religión en algo más que un mero
reflejo de la alienación existente en el mundo capitalista, aunque en buena
parte sus configuraciones concretas puedan explicarse de ese modo.
Pero leyendo autores materialistas o marxistas uno tiene que
reconocer que, si bien no resolverse todo, sí que puede hacerse mucho en este
mundo. Así, concedo toda la credibilidad a un pedagogo como Suchodolski que
parte, como yo, de la creencia en la maldad intrínseca al mundo capitalista
(aunque no soy economista como para demostrarlo con detalle, es para mí
evidente que el capitalismo genera muchísimo sufrimiento y que se basa en lo
peor del hombre, como recuerda José María Castillo) y que se esfuerza en
explicar. Respecto a la sensibilidad para ver esta maldad, por cierto, puede
encontrarse un punto común entre marxismo y cristianismo, me refiero a la
indignación ante la injusticia que conduce a la opción por el débil, y a la
capacidad para jamás dejar de tenerlo en cuenta y al propósito de hacer todo lo
posible por denunciar empáticamente su situación y enmendarla. Irónicamente, es
cierto que gran parte de lo religioso, en su vertiente más institucional, responde
a dinámicas de poder que el marxismo diagnostica certeramente en algunos casos,
pero que en otros casos no puede percibir porque él también las padece. Aquí,
como ya se discutía en tiempos de Marx, el poder parece implicar parcelas y
sombras que la antropología marxista no acaba de iluminar bien, es una cuestión
profunda, que nos corrompe, como decía Bakunin, y que la pista freudomarxista
puede explicar algo mejor quizás (por ejemplo, el miedo a la libertad).
Suchodolski describe las contradicciones del modo de vida burgués
como lo hace el propio Marx, elogiando los avances que supuso, como su
filosofía del progreso (!) o los grandes ideales, pero denunciando que todo
ello quedara en un ámbito etéreo de los pensamientos y los valores sin conexión
con la realidad histórica. Es el modo de producción capitalista el que acaba
echando al traste estas nobles intenciones que van quedando en un vago
humanismo. Sobre todo, el énfasis en la propiedad privada produce una
desorientación de la vida humana, aunque se intente naturalizar por parte de la
ideología burguesa como algo propio de la naturaleza humana (“somos así”). Para
Suchodolski el sentimiento del trabajo egoísta, la motivación egoísta de la
búsqueda de beneficio particular de tipo material, es tendenciosa y producto
del orden burgués, en ningún caso responde a una naturaleza humana. Según él,
el hombre puede trabajar de otro modo y sobre todo con otras motivaciones, sin
el precio de deshumanización pagado por el capitalismo. La concepción
antropológica marxista de Suchodolski lo lleva a diagnosticar los antagonismos
burgueses como por ejemplo el del individuo con la sociedad y sus intereses. Es
el desfase entre los ideales y la realidad que acarreó el desarrollo del mundo
burgués lo que condujo a visiones fatalistas, desesperanzadas, que pretendían
superar la escisión entre lo privado y lo público, lo individual y lo social, o
la naturaleza y la cultura erróneamente acentuando uno de los polos. “Así,
pues, mientras los unos lamentaban el estado natural supuestamente feliz
perdido por el hombre, los otros lo presentaban como un período de
insuficiencia y de lucha, adorando a pesar de todo a la civilización que había
puesto fin a ese período” (p. 26). Se trata de una concepción conflictiva de la
existencia humana que abarca hasta el psicoanálisis y el existencialismo, desde
autores más remotos como Hobbes, Hume y Rousseau. Los ilustrados, a pesar del
optimismo propio de la Ilustración, meditaron largamente esto, inmersos en la
problemática emanada de sus sociedades burguesas que intentaban superar el
Ancient Regime: “Rousseau fue el que demostró con especial vigor de qué forma
el Estado y la cultura feudal aristocrática destruyen y hacen desgraciados a
los individuos. Y pensaba, además, que sólo la destrucción de ese mundo ajeno e
‘inhumano’ creado por los hombres podría emanciparles de sus cadenas” (p. 28).
Por otro lado, Suchodolski aprecia bastante la aportación de Pestalozzi, que ya
denuncia cómo el nuevo mundo burgués se cimentaba en el egoísmo individualista,
el egoísmo de clase, y el Estado, sin que por ello se pudiera lograr en él el
hombre realizado.
Pero
el punto central en la perspectiva antropológica del pedagogo marxista es que
toda concepción de “naturaleza humana” ya es un reflejo de un orden concreto.
Suchodolski lo expresa con claridad: “Así que no es la naturaleza del hombre,
sino su existencia social, la que alumbra a la civilización y es el motor de
sus cambios” (p. 32). La naturaleza humana es siempre histórica y por tanto
mutable, no puede servir como fundamento para consagrar un orden social, como
suele ocurrir, sino que ha de darse una reconstrucción de la sociedad,
superándose la sociedad burguesa del extrañamiento del hombre respecto a su
propio producto, su sometimiento al mismo, para que cambien elementos de la
“naturaleza humana”, como el egoísmo individualista, que supuestamente nos
constituyen. El problema que espero leer cómo va resolviendo Suchodolski es
cómo casar la historicidad del hombre con la perspectiva ex – céntrica capaz de
juzgar y proponer fines para la acción humana. Exactamente, quién pone los
fines a la revolución y por qué esos fines. Debemos, en relación con esto,
ahondar en el dilema de si crea el hombre a la sociedad o crea la sociedad al
hombre, dilema en el que el marxismo se ha pronunciado de muchas maneras según
distintos enfoques y corrientes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario