jueves, 18 de abril de 2013

Propuestas

 

Emprendo la lectura del pedagogo marxista polaco Suchodolski, concretamente de su libro Fundamentos de pedagogía socialista. El libro fue publicado en 1967, cuando la URSS estaba en su apogeo todavía, y el texto se dirige a una revolución a un tiempo triunfante y aún por hacer. Me resulta imposible, como es obvio, separar mi lectura del sonoro fracaso de aquel proyecto del socialismo real en el bloque del Este, que me pone sobre aviso acerca de puntos débiles en el marxismo o quizás en una versión concreta del mismo tal como se llevó a cabo en los antiguos países del Este de Europa. Pero de la misma manera, sé que el supuestamente triunfante mundo capitalista y neoliberal también falla, y mucho. Se le pueden achacar críticas que ya esgrimían los autores marxistas de entonces y que no pierden vigencia. Parte de estas críticas al capitalismo creo que pueden suscribirse perfectamente hoy, a pesar de todo, lo cual nos invita a repensar abierta y críticamente el marxismo sin efectuar una enmienda a la totalidad del mismo. En este sentido Suchodolski es sugerente, ya que como educador y pedagogo no descarta planteamientos atrevidamente culturalistas que sin embargo sabe conectar con el principio de la configuración de la conciencia a partir de las relaciones sociales de producción y la alienación de los hombres.
Comienza reconociendo un desfase entre los logros políticos por un lado y la organización del sistema educativo por otro, pues éste es herencia de la denominada por él “pedagogía burguesa”. Así, su visión de lo logrado en la Polonia comunista implica que hay futuro por hacer y que, en consecuencia con el socialismo, lo propio del hombre es estar en transformación constante. Una transformación que lo sitúa como agente activo de sí mismo, y no como un mero producto de procesos históricos. Dice: “El rasgo más característico de la teoría socialista del hombre radica precisamente en la convicción de que el ser humano, aunque se halla condicionado por la naturaleza y la historia, siempre logra superar la realidad presente y su esfuerzo social crea una realidad nueva, con lo cual logra transformarse a sí mismo” (p. 10). Así, la educación no lo es sólo para el presente sino que siempre ha de incorporar un elemento de futuro que él denomina, como Bloch, “esperanza”. Es decir, un elemento de no resignación ante lo dado. No he percibido en lo que llevo leído por ahora que este planteamiento le acerque a Benjamin (cosa bastante lógica), para el cual esa negatividad siempre presente en la historia (incluida en la triunfante sociedad socialista) es recordada por la teología (el enano jorobado de la primera tesis sobre el concepto de historia). La teología recoge lo inevitable no logrado que siempre permanece en la inmanencia y por tanto recoge una aspiración que hay que situar, hipotéticamente, en la trascendencia, en el más allá de la historia. A pesar de todos los triunfos y revoluciones, siempre quedará la triste memoria del pasado, lo que el teólogo Metz denomina memoria passionis. Precisamente creo que es en el asunto de la inevitabilidad de la religión donde más habría que corregir en relación con el marxismo. Hay cuestiones que podemos considerar “existenciales” que no resuelve una corrección inmanente de las condiciones de existencia, contra lo que el polaco parece pensar (achaca al existencialismo, que precisamente evidencia esto, un pathos típicamente burgués). Siempre hay un plus, llámese esperanza o futuro, que por definición tiene que ser situado fuera de la historia y que convierte a la religión en algo más que un mero reflejo de la alienación existente en el mundo capitalista, aunque en buena parte sus configuraciones concretas puedan explicarse de ese modo.
Pero leyendo autores materialistas o marxistas uno tiene que reconocer que, si bien no resolverse todo, sí que puede hacerse mucho en este mundo. Así, concedo toda la credibilidad a un pedagogo como Suchodolski que parte, como yo, de la creencia en la maldad intrínseca al mundo capitalista (aunque no soy economista como para demostrarlo con detalle, es para mí evidente que el capitalismo genera muchísimo sufrimiento y que se basa en lo peor del hombre, como recuerda José María Castillo) y que se esfuerza en explicar. Respecto a la sensibilidad para ver esta maldad, por cierto, puede encontrarse un punto común entre marxismo y cristianismo, me refiero a la indignación ante la injusticia que conduce a la opción por el débil, y a la capacidad para jamás dejar de tenerlo en cuenta y al propósito de hacer todo lo posible por denunciar empáticamente su situación y enmendarla. Irónicamente, es cierto que gran parte de lo religioso, en su vertiente más institucional, responde a dinámicas de poder que el marxismo diagnostica certeramente en algunos casos, pero que en otros casos no puede percibir porque él también las padece. Aquí, como ya se discutía en tiempos de Marx, el poder parece implicar parcelas y sombras que la antropología marxista no acaba de iluminar bien, es una cuestión profunda, que nos corrompe, como decía Bakunin, y que la pista freudomarxista puede explicar algo mejor quizás (por ejemplo, el miedo a la libertad).
Suchodolski describe las contradicciones del modo de vida burgués como lo hace el propio Marx, elogiando los avances que supuso, como su filosofía del progreso (!) o los grandes ideales, pero denunciando que todo ello quedara en un ámbito etéreo de los pensamientos y los valores sin conexión con la realidad histórica. Es el modo de producción capitalista el que acaba echando al traste estas nobles intenciones que van quedando en un vago humanismo. Sobre todo, el énfasis en la propiedad privada produce una desorientación de la vida humana, aunque se intente naturalizar por parte de la ideología burguesa como algo propio de la naturaleza humana (“somos así”). Para Suchodolski el sentimiento del trabajo egoísta, la motivación egoísta de la búsqueda de beneficio particular de tipo material, es tendenciosa y producto del orden burgués, en ningún caso responde a una naturaleza humana. Según él, el hombre puede trabajar de otro modo y sobre todo con otras motivaciones, sin el precio de deshumanización pagado por el capitalismo. La concepción antropológica marxista de Suchodolski lo lleva a diagnosticar los antagonismos burgueses como por ejemplo el del individuo con la sociedad y sus intereses. Es el desfase entre los ideales y la realidad que acarreó el desarrollo del mundo burgués lo que condujo a visiones fatalistas, desesperanzadas, que pretendían superar la escisión entre lo privado y lo público, lo individual y lo social, o la naturaleza y la cultura erróneamente acentuando uno de los polos. “Así, pues, mientras los unos lamentaban el estado natural supuestamente feliz perdido por el hombre, los otros lo presentaban como un período de insuficiencia y de lucha, adorando a pesar de todo a la civilización que había puesto fin a ese período” (p. 26). Se trata de una concepción conflictiva de la existencia humana que abarca hasta el psicoanálisis y el existencialismo, desde autores más remotos como Hobbes, Hume y Rousseau. Los ilustrados, a pesar del optimismo propio de la Ilustración, meditaron largamente esto, inmersos en la problemática emanada de sus sociedades burguesas que intentaban superar el Ancient Regime: “Rousseau fue el que demostró con especial vigor de qué forma el Estado y la cultura feudal aristocrática destruyen y hacen desgraciados a los individuos. Y pensaba, además, que sólo la destrucción de ese mundo ajeno e ‘inhumano’ creado por los hombres podría emanciparles de sus cadenas” (p. 28). Por otro lado, Suchodolski aprecia bastante la aportación de Pestalozzi, que ya denuncia cómo el nuevo mundo burgués se cimentaba en el egoísmo individualista, el egoísmo de clase, y el Estado, sin que por ello se pudiera lograr en él el hombre realizado.
Pero el punto central en la perspectiva antropológica del pedagogo marxista es que toda concepción de “naturaleza humana” ya es un reflejo de un orden concreto. Suchodolski lo expresa con claridad: “Así que no es la naturaleza del hombre, sino su existencia social, la que alumbra a la civilización y es el motor de sus cambios” (p. 32). La naturaleza humana es siempre histórica y por tanto mutable, no puede servir como fundamento para consagrar un orden social, como suele ocurrir, sino que ha de darse una reconstrucción de la sociedad, superándose la sociedad burguesa del extrañamiento del hombre respecto a su propio producto, su sometimiento al mismo, para que cambien elementos de la “naturaleza humana”, como el egoísmo individualista, que supuestamente nos constituyen. El problema que espero leer cómo va resolviendo Suchodolski es cómo casar la historicidad del hombre con la perspectiva ex – céntrica capaz de juzgar y proponer fines para la acción humana. Exactamente, quién pone los fines a la revolución y por qué esos fines. Debemos, en relación con esto, ahondar en el dilema de si crea el hombre a la sociedad o crea la sociedad al hombre, dilema en el que el marxismo se ha pronunciado de muchas maneras según distintos enfoques y corrientes.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario